lunes, 4 de abril de 2016

Reescripción de un cuento sin príncipes ni princesas

Había una vez en tierras no muy lejanas a Castilla ocurrió una historia de la que no puedes perderte ningún detalle… Por lo que abre sus ojos, despeja tu mente y haz volar a tu imaginación.

Por las calles de Quilos un pueblo de León la hija del herrero, Casilda, comía y comía y no dejaba nunca ni rastro de todo cuanto caía en su plato. Tanto era así que su madre, una mujer muy delgada, un día quiso ponerla una dieta para adelgazar ya que de lo contrario nunca encontraría a nadie que la amase y la pidiera matrimonio.
Casilda se enfadaba a menudo con su madre ya que a ella la encantaba comer y no era algo que pudiera evitar con facilidad. Sobretodo esos bollos de leche que preparaba la vecina amiga suya y que todas las semanas les daba medio kilo de estos.

Además, el resto de sus amigas en la escuela tampoco comprendían el afán tan grande de Casilda por la comida. Todas ellas soñaban con un modelo de chico que las diese hijos pero todo muy superficial. En cambio para Casilda eso no cobraba importancia en sus pensamientos ya que lo que a ella la gustaba era poder desplazarse rodando, pues estaba tan regordeta que rodaba en lugar de caminar, y era capaz de rodar escaleras abajo y bajar un tramo de más de diez peldaños en apenas un par de segundos. Pero por desgracia para ella nadie más compartía sus aficiones. Así que, día tras día, se sentía muy muy sola…

Una tarde de primavera, después de haber discutido con su mamá, la mujer del herrero, la jovencita Casilda jugaba sola en el lago. Observaba su reflejo en el agua mientras pensaba con un gesto de lo más apenado del mundo si alguna vez se casaría con alguien que la quisiese tal cual es y la aceptara tal como era. “Seguro que mi madre tiene razón… Soy tan fea que nunca me querrán” se atormentaba Casilda. 
Enfrascada se hallaba nuestra regordeta Casilda pensando en montañas de rosquillas de azúcar, en dulces cruasanes de chocolate, en los bollitos de su vecina cuando de repente un sapo de charca con un aspecto muy similar al de los cuentos, vino a distraerla…

-¡Hola, jovencita!

-¡Hola, sapo! ¿Cómo es que tú hablas?

-Normalmente no lo hago… Pero un pajarito me ha dicho que andabas con problemas y un poco sola y he pensado en venir a verte…

-¿Tú también quieres meterte conmigo, verdad?

-No, princesa. Yo he venido a ayudarte.

-¿Y cómo vas a hacerlo?

-Pues para empezar, creo que no deberías enfadarte tanto con tu madre. Ella sólo quiere lo mejor para ti.

-Sí, como si fuera tan fácil… Mi madre se mete conmigo, mis amigas del cole también se meten conmigo… ¡Y ahora también vienes tú a meterte conmigo!
-No, jovencita… Yo sólo quiero ayudarte y ser tu amigo. Mira, te contaré un secreto… Hace tiempo yo comía muchísimas ranas, y me encantaban… Comía ranas, lagartijas, camaleones… Comía muchísimo, probablemente mucho más de lo que tú seas capaz de imaginar. Sin embargo, un día me di cuenta de que muchas veces me dolía la tripita después de las comilonas… Y eso me impedía bañarme en la charca y jugar con otros sapitos amigos…

-Ya, a mí también me duele muchas veces… Y es un fastidio… Hoy mismo me duele un montonazo. ¿Qué es lo que hiciste para comer menos?

-Pues simplemente empecé a comer más sano… Y me puse en manos de un doctor de sapos, que me dio unas normas básicas para la alimentación.

-¿Cómo por ejemplo?

-Por ejemplo no picar salamandras entre horas, y comer iguana sólo una vez a la semana…

-Pero yo no como salamandras… ¡Ni tampoco iguanas, puaj qué asco!

El sapo soltó una carcajada.

-Claro, pero bien sé yo lo mucho que te gustan esos bollitos de leche de tu vecina.
Esta vez fue Casilda quien rió divertida, aunque también algo avergonzada.

-Además, no es sólo una cuestión de belleza… A mí me pareces hermosa, pero si te digo todo esto es porque creo que es importante para tu salud.

-¿Porque me dejaría de doler la tripita?

-Por eso, y porque te sentirías más sana y más ligera… Podrías caminar sin fatigarte tanto, subir escaleras sin dificultad, dormir como un lirón…

-¿Como un lirón?

-Vamos, tranquila y sin despertarte.

-Ah…

El sapo y Casilda se miraron largamente… Empezó Casilda:

-No te falta razón, sapito… Pero me cuesta y no tengo mucha fuerza de voluntad…

-Eso no es problema, yo te ayudaré. ¿Me dejarás?


-Claro que sí. Además, ahora ya sé que puedo contar con un amigo.

-Me alegro de que por tu amigo me tomes.
-¿Puedo pedirte algo más?

-Adelante.

-¿Me das un bollito de leche?

-¿Cómo?

-No, era una broma…

Ambos rieron. Casilda volvió a ponerse seria.

-Verás, sapito…

-¿Qué pasa?

-Me da un poco de vergüenza…

-Pues no tienes por qué tenerla. Recuerda que ahora somos amigos.

-Es que mi madre, siempre que me duele la tripa, me hace el “Cura sana” y se me pasa el dolor en un periquete. ¿A ti te importaría…?

-¡Yo encantado!

Y fue así como el sapito le hizo el “cura sana” a Casilda, pero lo que ninguno de los dos podía imaginar tras el consabido “cura sana culito de rana, si no curas hoy curarás mañana, pero mejor ahora porque me da la gana”, y con el beso que el sapo depositó sobre la mejilla de ella, es que éste se convertiría en un jovencito que ayudó a Casilda a regular su alimentación y volverse más sana. Años después, el Joven salido de un Sapo y Casilda se casaron y formaron una familia a su gusto donde todos fueron felices, pero sin abusar de las perdices.



Fdo: Adrián Amado

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