¿QUÉ
FUE DE SUPERMAN?
Todos los niños y niñas del mundo
han oído hablar de las formidables aventuras de Superman, el superhéroe más
poderoso de la Historia. Ha salvado el mundo en innumerables ocasiones de
desastres apocalípticos y ha vencido a los villanos más perversos de la
galaxia. Sin embargo, todas estas hazañas fueron hace muchos años, cuando Clark
Kent era un apuesto y joven periodista del incipiente periódico Daily Planet y
la ciudad de Metrópolis era un lugar próspero y seguro. En 2016 la realidad es
muy diferente a la que cuentas las novelas gráficas con las que crecimos: el
Daily Planet ya solo tiene formato digital porque no se pueden permitir su
impresión, Metrópolis ha pasado a ser un gueto (la cuidad quedó destrozada por
los constantes enfrentamientos de Superman) y nuestro héroe tiene ya 83 años
recién cumplidos y lleva ya más de 30 sin enfundarse la capa.
Al principio, cuando decidió
jubilarse, le pareció todo un acierto y se fue a vivir a una pequeña granja en
la que nada ni nadie podía perturbar su ansiada paz. Con el paso de los meses,
Clark se dio cuenta de que no estaba del todo cómodo y no sabía bien porqué.
Por las noches no descansaba y por el día estaba de mal humor y todo le parecía
aburrido. Ya ni las partidas de dominó con sus amigos lograban animarle.
Un día, con la intención de salir de
ese espiral de apatía, se atrevió a contárselo a sus buenos amigos. No tenía
nada que perder y ellos tenían más o menos la misma edad y seguro que le
recomendaban alguna actividad que le lograra animar. Entre todos acabaron
llegando a la conclusión de que lo que atormentaba a Clark era la soledad.
Había pasado años y años combatiendo al mal y por el camino había perdido a
todos sus seres queridos pero no había tenido tiempo ni de llorarlos ni de
echarles de menos. Ahora tocaba curar esas heridas y debía hacerlo con la ayuda
de alguien cualificado. Robert, el más joven de la pandilla le sugirió que
fuera a visitar a su amiga Margaret que era psicóloga. Se había jubilado hacía
unos cinco años pero tras el fallecimiento de su marido también se encontraba
muy sola y Robert estaba seguro de que podrían ayudarse mutuamente.
Al principio Clark se negó con
rotundidad. No pensaba ir a consolar a una viuda y mucho menos a una que era
psicóloga. Tenía miedo a que le pudieran hacer daño. Durante años había tenido
que ser fuerte y quedarse sus problemas para él porque si los compartía sus
enemigos podrían descubrirlos y herirle donde más le dolía. Robert, que era muy
cabezota, fue a visitarle un día y le pidió dar un paseo hasta el pueblo y
tomar algo en el bar de siempre. Nuestro héroe jubilado no sospechó nada porque
nunca habían vuelto a hablar del tema asique cuando llegaron casi se cae del
susto al ver a Margaret esperándolos en la barra. Su primera reacción fue la de
enfadarse con su retorcido colega y la segunda intentar encontrar una excusa
para salir de allí pitando. Pero su vena de superhéroe se lo impedía: los
miedos se afrontan y no te vas hasta que no los has vencido. De esta forma
decidió quedarse y conocer a aquella mujer (de preciosos ojos) que parecía
simpática. Se cayeron bien enseguida. Conectaron de una forma más que evidente
ya que, aunque parezca imposible, ambos eran muy parecidos: los dos habían
llevado una vida muy dura y poco plena y eso hace que en cuanto encuentras a
alguien que te entiende y sabe lo que es lo valores como oro en paño. Maggie
era estupenda, había tenido que luchar contra viento y marea desde pequeña
contra la pobreza en casa de sus padres, contra jefes en trabajos muy
esforzados para poder pagarse la carrera y contra un marido que la quería y
respetaba pero que lo le hacía plenamente feliz. A pesar de todo, su encanto
natural y su vocación por escuchar y comprender a los demás la hacían el
remedio perfecto para Clark y su apatía.
Forjaron una bonita amistad durante
meses en los que Margaret consiguió que el superhéroe fuera, poco a poco,
bajando sus barreras y se abriera por completo. Le habló de su infancia, de sus
padres biológicos, de lo duro que fue siempre ser diferente, de todas aquellas atrocidades y barbaridades
que había visto durante años y las vidas de aquellos inocentes que no había
podido salvar. Durante sus largos paseos por el lago su amiga era capaz de
escucharle y de hacer que, al sacar todo lo que le hacía daño, sus heridas
internas fueran sanando poco a poco.
Con el paso del tiempo Clark y
Maggie se hicieron inseparables hasta tal punto que su amistad empezaba a
parecer algo más. A esas edades en lo último que pensaban era en enamorarse
pero fue creciendo en su interior un sentimiento que alimentaban con cada día
que pasaba. De repente, una mañana Clark se despertó feliz y pensando mientras
se duchaba se dio cuenta de que llevaba semanas durmiendo mejor que nunca, que
no dejaba de canturrear y que hasta las flores del campo le parecían más
bonitas. Cuando se preguntó porqué tan solo le vino un nombre a la cabeza: “Maggie”.
Ella había sido un punto de inflexión en su vida y ahora era imprescindible en
su día a día. Ya ni recordaba la cara de todas las guapas heroínas con las que
en otro tiempo había compartido fatigas, ni las de las despampanantes modelos
con las que se había codeado por su trabajo de reportero. Cuando se iba a la
cama todas las noches y antes de dormir tan solo había una mujer en su cabeza:
tenía arrugas y la sonrisa más bonita de la galaxia. No había salvado el mundo,
había hecho algo mucho más complicado: le había salvado a él.
Fdo: Álvaro Lamana
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