lunes, 4 de abril de 2016

Creación de un cuento: un héroe prefiere a una estudiante.

¿QUÉ FUE DE SUPERMAN?

Todos los niños y niñas del mundo han oído hablar de las formidables aventuras de Superman, el superhéroe más poderoso de la Historia. Ha salvado el mundo en innumerables ocasiones de desastres apocalípticos y ha vencido a los villanos más perversos de la galaxia. Sin embargo, todas estas hazañas fueron hace muchos años, cuando Clark Kent era un apuesto y joven periodista del incipiente periódico Daily Planet y la ciudad de Metrópolis era un lugar próspero y seguro. En 2016 la realidad es muy diferente a la que cuentas las novelas gráficas con las que crecimos: el Daily Planet ya solo tiene formato digital porque no se pueden permitir su impresión, Metrópolis ha pasado a ser un gueto (la cuidad quedó destrozada por los constantes enfrentamientos de Superman) y nuestro héroe tiene ya 83 años recién cumplidos y lleva ya más de 30 sin enfundarse la capa.

Al principio, cuando decidió jubilarse, le pareció todo un acierto y se fue a vivir a una pequeña granja en la que nada ni nadie podía perturbar su ansiada paz. Con el paso de los meses, Clark se dio cuenta de que no estaba del todo cómodo y no sabía bien porqué. Por las noches no descansaba y por el día estaba de mal humor y todo le parecía aburrido. Ya ni las partidas de dominó con sus amigos lograban animarle.

Un día, con la intención de salir de ese espiral de apatía, se atrevió a contárselo a sus buenos amigos. No tenía nada que perder y ellos tenían más o menos la misma edad y seguro que le recomendaban alguna actividad que le lograra animar. Entre todos acabaron llegando a la conclusión de que lo que atormentaba a Clark era la soledad. Había pasado años y años combatiendo al mal y por el camino había perdido a todos sus seres queridos pero no había tenido tiempo ni de llorarlos ni de echarles de menos. Ahora tocaba curar esas heridas y debía hacerlo con la ayuda de alguien cualificado. Robert, el más joven de la pandilla le sugirió que fuera a visitar a su amiga Margaret que era psicóloga. Se había jubilado hacía unos cinco años pero tras el fallecimiento de su marido también se encontraba muy sola y Robert estaba seguro de que podrían ayudarse mutuamente.
Al principio Clark se negó con rotundidad. No pensaba ir a consolar a una viuda y mucho menos a una que era psicóloga. Tenía miedo a que le pudieran hacer daño. Durante años había tenido que ser fuerte y quedarse sus problemas para él porque si los compartía sus enemigos podrían descubrirlos y herirle donde más le dolía. Robert, que era muy cabezota, fue a visitarle un día y le pidió dar un paseo hasta el pueblo y tomar algo en el bar de siempre. Nuestro héroe jubilado no sospechó nada porque nunca habían vuelto a hablar del tema asique cuando llegaron casi se cae del susto al ver a Margaret esperándolos en la barra. Su primera reacción fue la de enfadarse con su retorcido colega y la segunda intentar encontrar una excusa para salir de allí pitando. Pero su vena de superhéroe se lo impedía: los miedos se afrontan y no te vas hasta que no los has vencido. De esta forma decidió quedarse y conocer a aquella mujer (de preciosos ojos) que parecía simpática. Se cayeron bien enseguida. Conectaron de una forma más que evidente ya que, aunque parezca imposible, ambos eran muy parecidos: los dos habían llevado una vida muy dura y poco plena y eso hace que en cuanto encuentras a alguien que te entiende y sabe lo que es lo valores como oro en paño. Maggie era estupenda, había tenido que luchar contra viento y marea desde pequeña contra la pobreza en casa de sus padres, contra jefes en trabajos muy esforzados para poder pagarse la carrera y contra un marido que la quería y respetaba pero que lo le hacía plenamente feliz. A pesar de todo, su encanto natural y su vocación por escuchar y comprender a los demás la hacían el remedio perfecto para Clark y su apatía.
Forjaron una bonita amistad durante meses en los que Margaret consiguió que el superhéroe fuera, poco a poco, bajando sus barreras y se abriera por completo. Le habló de su infancia, de sus padres biológicos, de lo duro que fue siempre ser diferente,  de todas aquellas atrocidades y barbaridades que había visto durante años y las vidas de aquellos inocentes que no había podido salvar. Durante sus largos paseos por el lago su amiga era capaz de escucharle y de hacer que, al sacar todo lo que le hacía daño, sus heridas internas fueran sanando poco a poco.

Con el paso del tiempo Clark y Maggie se hicieron inseparables hasta tal punto que su amistad empezaba a parecer algo más. A esas edades en lo último que pensaban era en enamorarse pero fue creciendo en su interior un sentimiento que alimentaban con cada día que pasaba. De repente, una mañana Clark se despertó feliz y pensando mientras se duchaba se dio cuenta de que llevaba semanas durmiendo mejor que nunca, que no dejaba de canturrear y que hasta las flores del campo le parecían más bonitas. Cuando se preguntó porqué tan solo le vino un nombre a la cabeza: “Maggie”. Ella había sido un punto de inflexión en su vida y ahora era imprescindible en su día a día. Ya ni recordaba la cara de todas las guapas heroínas con las que en otro tiempo había compartido fatigas, ni las de las despampanantes modelos con las que se había codeado por su trabajo de reportero. Cuando se iba a la cama todas las noches y antes de dormir tan solo había una mujer en su cabeza: tenía arrugas y la sonrisa más bonita de la galaxia. No había salvado el mundo, había hecho algo mucho más complicado: le había salvado a él.

Fdo: Álvaro Lamana

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