Ahí
se divertía atrapando una bola de oro. Pero una vez, cuando jugaba, la bola se
le cayó y rodó hasta el arroyo.
Entonces
la princesa se puso a llorar. De repente, escuchó una voz: –No llores –le dijo
un sapo–. ¿Qué me darás si te devuelvo tu bola?
–¡Lo
que quieras! –dijo la princesa– Mis perlas, mis joyas, mi corona.
–No
deseo piedras preciosas –replicó el sapo–, pero si prometes dejarme ser tu
compañero, sentarme a la mesa junto a ti, comer en el mismo plato, beber en el
mismo vaso y dormir en la misma cama, te traeré la bola de oro.
–Tendrás
todo lo que quieras –dijo ella. Pero por dentro se dijo: ―¿Qué quiere este
sapo? Que se quede en el agua; nada de vivir conmigo.―
Al
recibir la respuesta, el sapo se sumergió en el agua y pronto apareció con la
bola en la boca. La princesita la tomó y se fue corriendo.
–¡Espera!
–gritó el sapo–. Me voy contigo.
Pero
su croar fue inútil, pues la hija del rey no lo esperó. Al día siguiente,
cuando la princesita estaba a la mesa con su padre y sus hermanas, oyó que
tocaban la puerta.
La
joven se levantó para ver quién llamaba. Cuando vio al sapo, cerró la puerta
con todas sus fuerzas y regresó a la mesa, muy pálida. El rey, al verla tan
asustada, le preguntó si algún gigante venía a buscarla.
–No
–respondió la princesita–; es un horrendo sapo.
–¿Y
qué quiere? –preguntó el rey.
–Ay,
papá, cuando estaba jugando con mi bola de oro, se me cayó al arroyo. Al oír mi
llanto, este sapo se acercó y me la devolvió. Pero antes me hizo prometerle que
lo haría mi compañero. Y ahora aquí está.
En
eso tocaron otra vez la puerta y el sapo dijo: –¡Princesita! ¿Ya olvidaste las
promesas que me hiciste?
–¡Cumple
lo que prometiste! –ordenó el rey–. Abre la puerta.
La
joven le abrió al sapo, y éste, en cuanto entró, se fue saltando junto a la
princesa, que empezó a llorar. Sus lágrimas, sin embargo, sólo sirvieron para
enfurecer al rey.
–¡Quien
te auxilió en un momento difícil no puede ser despreciado! –dijo.
Y
así ella fue obligada a llevar el sapo a su cuarto.
Pero
apenas entraron, el sapo se transformó en un bello príncipe, y le contó cómo
una bruja lo había transformado en sapo y condenado a quedarse así hasta que
una princesita lo sacara del arroyo debido a su condición anarquista. Tuvieron
una larga y tendida conversación en la que el príncipe estuvo contándola que él
no creía en la monarquía ni en ningún tipo de formación política ya que solo
contemplaba desigualdad y siempre decisiones y actos injustos.
De
esta manera, consiguió hacerle ver a la princesa que la monarquía no era lo
correcto y la convenció para que se fuera con él a su reino con el propósito de
desbancar a los poderosos e implantar la condición anarquista. La princesa, al
escucharlo, se enamoró de él y decidió fugarse a su reino, no sin antes dejar
atrás su estatus monárquico para comenzar una vida marcada por la igualdad y la
libre forma de actuar.
De
esta manera se dieron cuenta de lo que era vivir sin formaciones políticas y
fueron felices y comieron perdices.
Fdo: Daniel Barroso
No hay comentarios:
Publicar un comentario